EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

viernes, 24 de julio de 2015

EN EL ANIVERSARIO DE SAN ANDRÉS: SOBRE LAS TRES CLASES DE BIENES

1. Hermanos míos, deberíamos tener una atención más constante y una solicitud más viva sobre nuestros pensamientos. Sobre los nuestros, insisto, a los que proveemos sin cesar de materia inagotable para meditar. día y noche se nos cantan y proclaman los textos de los profetas, evangelistas y apóstoles, que unas veces nos conminan con las penas del infierno y otras nos prometen la gloria del reino, ¿de dónde pues, nos vienen esos pensamientos tan vanos nocivos y obscenos? Nos atormentan de tal modo con la impureza o la arrogancia, la soberbia, la ambición o las demás pasiones, que apenas tenemos un momento de calma para entregarnos a una piadosa reflexión. Con razón se dice que las almas del purgatorio me rodean continuamente por parajes de fangos y lodo, y que se deleiten en vivir ahí con el pensamiento. ¿Hay de nosotros, por el sopor, tedio, de nuestro corazón preferimos enfrascarnos en esta vanidad vanidades en vez de lanzarnos inmediatamente a los bienes del Señor, sea éstos naturales, espirituales o eternos, los bienes naturales, sin duda, son grandes; pero los espirituales son aún mayores, y los eternos incomparables. Por los primeros nos sustentamos, con los otros nos educamos y con los últimos alcanzamos nuestra plenitud y felicidad. Si no puedes clavar el ojo de tu meditación en aquellos bienes sublimes eternos porque son inmutables e inacesibles, vuelva la vista a los bienes de la gracia, que se hayan en el ejercicio de las virtudes. Y comprenderás cuanta pureza de conciencia y cuanta libertad posee quien vive y se entrega a la castidad, la caridad, la paciencia, la humildad y las demás virtudes. Le hacen amable a los ojos de Dios apacible e imitable ante los hombres. Más si también estos son demasiado sublimes superarán tus fuerzas, baja tu mirada a los bienes naturales, que deben ser en ti tan familiares como tu mismo lo eres para ti. Los llamamos bienes de la naturaleza, no porque no procedan también de gracia, sino porque fueran, por así decir, plantados e injertados en la naturaleza antes de ocurrir el pecado, y que infectó la persona y la naturaleza. Desde aquella herida ya no están a nuestro alcance, aunque con otra razón en nuestra sensibilidad los percibimos muchas veces en nosotros y cerca de nosotros. Y como estamos hechos de alma y cuerpo, sigamos el consejo del Apóstol y comencemos por la parte animal, ésto es, por los bienes del cuerpo, para que no sea primero la espiritual, sino la animal.
2. Todos los bienes del cuerpo y lo único que debemos procurarles se resumen en la salud. Fuera de ésto nada más debemos darle ni buscarle; y dentro de estos límites debemos sujetarlos y disciplinarlos, ya que no dan ningún fruto y están destinados a la muerte. Aquí existe una trampa que no quiero que desconozcais. El deleite pone acechanzas a la salud, y lo hace con una malicia tan sutil que aquella apenas nos advierte ni lo impide. Ahora bien, servir el placer no a la salud, ya no es estar a nivel de la naturaleza, sino por debajo de ella; al dejarse guiar por el deleite colabora con la muerte. Por esta razón algunos descienden, mejor dicho, caen en arrebatos tan bestiales que prefieren el placer a la salud, se revuelcan continuamente en él, aunque saben que acarrea enfermedades agudísimas e incurables.
 Si lo propio del cuerpo es la salud, lo del corazón es la pureza. Un ojo turbado es incapaz de ver a Dios; y el corazón humano ha sido creado precisamente para contemplar a su Creador. Si la salud corporal nos exige tanta atención, mucho más debemos cuidar la pureza del corazón, convencidos de que esta es más digna que aquella. al hablar aquí de las purezas nos referimos a esa actitud pura y humilde de manifestar al Señor todas nuestras obras en la oración, y al hombre en la confesión: Dije, confesaré al señor mi culpa, y tú perdonaste la impiedad de mi pecado.
3. Y cuanto somos animales sociables, pasemos de nuestras realidades interiores a aquellas que nos rodean, para vivir en paz con todos los hombres, en la medida de lo posible y en cuanto está de nuestra parte. De hecho,la ley natural de toda sociedad consite en no hacer a los demás lo que no queremos que hagan a nosotros y procurar a ls demás lo que queremos para nosotros. según eso, a nuestro cuerpo le debemos dar la salud, al corazón la pureza y al hermano la paz.
 Pensemos también en las almas santas que volaron de la cárcel de esta mortalidad a los gozos celestes. Nuestro primer deber para con ellos es la imititación: eran débiles como nosotros y nos enseñaron el sendero de la vida, recorriéndolos infatigables hasta el final Y a aquellas otras que no vivieron con tanta santidad ni hicieron una penitencia tan completa les debemos compasión, por la solidadridad de nuestra misma naturaleza. Que el Padre bondadoso las limpie de toda escoria, cmabie sus penas eng gracias y las haga partícipes de los gozos de la viudad bienaventurada.
 Si los toros cuando encuentran otro toro muerto lloran, mugen y le rinden ese homenaje fraterno, movidos por una especie de humanismo, ¿què deerà hacer un hombre por su semejante, iluminado por la razón e impulsado por el afecto? En una palabra: debemos imitar a los santos y compadecernos de los que son menos santos; ser sensibles al ejmplo de unos y al gemido de los otros.
4. De los ángeles santos debemos implorar su auxilio desde lo más hondo del corazón y con abundantes lágrimas; que presenten nuestras súplicas a la majestad suprema y nos alcancen la gracia: son espíritus en servicio activo, enviados en nuestra ayuda para heredar la salvación.
 Y al Señor de todas las cosas pidámoles piedad: si su naturaleza es la bondad y sólo sabe compadecerse y perdonar, en lugar de fijarse en la multitud de nuestros pecados, nos perdone por su infinita misericordia. A él le debemos amor y sumisión en espíritu de reverencia y humildad. amor porque nos ha creado y nos ha colmado de beneficios; y sumisión porque es muy superior a nosotros y así nos lo manda él, el terrible en sus proezas en favor de los hombres. 
 Por lo tanto, al cuerpo le debemos la salud, al corazón la pureza, al hermano la paz, a los santos la imitación y a los difuntos la compasión. Del ángel debemos implorar auxilio y de Dios piedad. Todo esto lo debemos obtener y buscar en el arca de los bienes naturales. Y no olvidemos que después de cumplir lo que está mandado y permitido a nuestra naturaleza, somos unos siervos inútiles que hacemos lo que tenemos que hacer. Nunca o casi nunca reciben los hombres un precepto que supere los límites y posibilidades de la naturaleza Con estos bienes, como dije antes, nos renovamos y volvemos en cierto modo a nuestro primer estado, porque recobramos la bondad original de nuestra naturaleza y mantenemos la debida armoní con nosotros mismos, con los que están junto a nosotros y sobre nosotros. Todo esto se refiere a los bienes naturales. 
5. Los bienes espirituales por los que nos ejercitamos para tender a los eternos, son estos mismos-aunque vistos desde otra perspectiva-y otros muchos que sería muy prolijo enumerar. así, por ejemplo, en la disciplina espiritual no debemos buscar la salud del cuerpo, sino sumisión, mortificación y trabajo, según lo aconseja aquel hombre tan espiritual: Castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre.
 Tampoco a nuestro corazónle debemos únicamente la pureza antes citada, que nos lleva a confesar sencilla y humildemente los pecados. Debemos también vigilar de tal modo nuestras intenciones, pensamientos y obras, que nuestra vida sea fecunda y goce de buena reputación. que no fructifique para sí, sino para Dios; ni busque su propia gloria, sino la de su Padre, que está en los cielos.
 En este nuevo orden no nos contentamos con ofrecer la paz sólo a los hermanos, sino también constructores de paz con los que la odian; soportar a todos y no molestar a ninguno. Y a los difuntos no sólo les dedicamos nuestra compasión y oración, sino que también debemos alegrarnos con ellos apoyados en la esperanza. Los dolores que soportan en el purgatorio suscitan tristeza, sin duda alguna; pero con mayor razón debemos gozarnos de que muy pronto enjugará todas las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá luto, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado. 
 Tampoco debemos únicamene imitar a los santos, ni pedir sólo el auxilio de los ángeles, sino desear también con todo su ardor su presencia, vivir con ellos y contemplar esas columnas del cielo que sostienen la tierra, y en los cuales brilla y se refleja la imagen excelsa e infinita de la divinidad. Y el Señor, finalmente, no le pidamos únicamente misericordia, sino dirijamos hacia él todos nuestros afectos. Hasta llegar a amarnos por él y contemplar la gloria que todo lo crea y lo conserva, y a la cual aspiran todas las criaturas racionales.
6.He aquí los senderos del ejercicio espiritual; en ellos se dilata y se deleita el espíritu religioso; olvidando lo que queda atrás y lanzado a lo que está delante, es decir, a lo eterno, corre hacia el premio de la vocación celeste. 
 ¿No pasó por encima de la naturaleza el Apóstol San andrés, cuya fiesta hoy celebramos? escuchadle: Oh cruz buena, tanto tiempo deseada y dispuesta ya para saciar el deseo de mi espíritu! ¡Yo me acerco a ti, seguro y lleno de gozo! Es la voz de un hombre enajenado, que ha sido elevado de los bienes de la naturaleza a los de la gracia. Por ello, no sólo se siente orgulloso con la speranza, sino también conlas tribulaciones; y sale contento del Consejo por haber merecido sufrir ultrajes por causa de Jesús. No sólo corre con paciencia, sino con gusto y lleno de entusiasmo; va al tormento como si fuera el mayor honor, y sufrir le parece gozar.
7. Los bienes eternos son aquellos bienes que ni ojo vio, ni oído oyó, y nunca desaparecen de aquella patria que sólo conoce el gozo y el júbilo. allí no falta nada: es la abunancia que colma todos los deseos humanos. ¿Cuál es esa abundancia en la cual no existe lo que no quieres, y está todo cuanto quieres? Haya paz en tus muros, dice el Profeta a Jerusalén, y abundancia en tus torreones. En esas torres que, según otro Profeta, están levantadas las piedras preciosas, Dios nos saciará con la flor de harina y no ya con la corteza del sacramento. 
 Más nuestra gloria no sería total si tuviéramos todo, pero hubiera algo que se nos ocultara. No, nada estará oculto: la sabiduría saciará la curiosidad humana. ¡Oh Sabiduría, en la cual conoceremos perfectísimamente todo lo que existe en el cielo y en la tierra, porque beberemos en la fuente misma de la sabiduría el conocimiento de todas las cosas! Ya no temeré las sospechas ni las intrigas; aquella ciudad, me dice Juan, es como un vidrio trasparente; si a través del cristal vemos clarisímamente, también veremos con toda nitidez las conciencias ajenas.
 Pero ¿de qué vale tener y conocer todo, si existe el temor y la angustia de perderlo? No, no hay por qué temer; existe una potencia capaz de fortalecer la debilidad humana: ha puesto paz en tus fronteras y ha reforzado los cerrojos de tus puertas, de tal modo que ningún enemigo podrá entrar allí, ni amigo alguno podrá salir. Donde reina la abundancia plena, la sabiduría perfecta y el poder absoluto, creo que nada falta  a la plenitud de la felicidad, a la dicha suprema del hombre.
 Tales son los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria: la salud, la virtud y la eternidad. Meditemos y rumiémoslos, hermanos, y fieles al precepto de la Ley no cesemos nunca de rumiar, pues eso es vivir y en eso consiste la vida de nuestro espíritu. De esta manera la meditación santa nos conservará y podremos decir como alquel santo: El meditar de mi corazón esté siempre en tu presencia, Señor, roca mía y redentor mío.
RESUMEN
Nos asaltan todo tipo de pensamientos. Si no podemos recrearnos en los más sublimies, debemos hacerlo en el ejercicio de las virtudes. Si tampoco podemos ejercitar éstas, nos queda deleitarnos con la naturaleza beatífica de las cosas simples creadas a nuestro alrededor. 
 No debemos confundir el placer con la salud pues muchas veces son cosas contrarias. La pureza del corazón es más importante que la salud. Esa pureza se refiere a la oración continua.
 La propia ley natural nos impulsa a desear a los otros lo que deseamos para nosotros mismos y a sentir compasión. La razón, adicionalmente, nos ayuda a sentir los que otros padecen. A nuestro cuerpo le debemos la salud, al corazón la pureza y al hermano la paz, a los santos la imitación y a los difuntos la compasión. Del ángel debemos implorar auxilio y de Dios piedad. Todo esto lo debemos obtener y buscar en el arca de los bienes naturales.
 La vida espiritual se desarrolla en distintos ámbitos aunque el objetivo final es contemplar la gloria del creador con todos nuestros afectos. Por todo eso el apóstol San Andrés va al tormento lleno de gozo. Debemos desear y paladear esa plenitud y eternidad, degustar su sabor como si masticáramos una y otra vez ese manjar espiritual que nos llenará sin medida.


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