EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 4 de noviembre de 2013

LA VISIÓN DE ISAÍAS. SERMÓN TERCERO, PRIMER DOMINGO DE NOVIEMBRE

 Espero que no hayáis olvidado que nuestro sermón de hoy versaría sobre los dos Serafines de que nos habla Isaías. Después de decir que vió al Señor sentado en un trono, añade que unos Serafines se mantenían de pie por encima de él. Como habéis oído muchas veces, queridos hermanos, llamamos serafines a esos espíritus supremos, que son los más excelsos y perfectos de los nueve coros celestiales. Pero este texto creo que no intenta salzar su dignidad: porque son una multitud incontable y aquí sólo habla de dos Serafines. Yo, usando la libertad de interpretación que todos tenemos, veo en estos dos Serafines las dos criaturas racionales: el ángel y el hombre. Y no extrañe que haga del hombre un Serafín: recuerda que el Creador y Señor de los Serafines se hizo hombre.
 ¡Qué afrenta tan enorme la tuya! Por tu soberbia no mereciste vivir entre tus compañeros los ángeles; y he aquí que nuestro Rey viene a la tierra a crear otros nuevos ángeles. Y para que te atormentes y te consumas de envidia, no creará unos ángeles cualesquiera o del orden más ínfimo, sino Serafines. Escucha lo que acaba de decir: He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Sí, quiere hacer Serafines, y que estén allí mismo donde tú estabas y te perdiste.
 Dice la Escritura que unos Serafines estaban de pie encima de él. Más tú, Lucero matutino, no fuiste capaz de mantenerte en la verdad, porque no eras un auténtico Serafín. Porque Serafín significa el que arde, el que se abrasa. Y tú, miserable, tenías luz, pero carecías de ardor. Te hubiera sido más provechoso arder que brillar. Y si estabas tan frío, ¿por qué no elegiste la región más glacial, en vez de obsecarte por tu ansia apasionada de brillar? Recuerda lo que dijiste: Escalaré la cima de las nubes, y me sentaré en el vértice del cielo. Lucero, ¿por qué quieres amanecer tan pronto? ¿Te crees superior a los demás astros porque te parece que brillas algo más que ellos? ¡Qué fugaz va a ser tu presención! Ahí tienes ya al sol de justicia -eso que tu creías aparecer-y ante su fuego y su resplandor vas a desaparecer por completo. No trames tampoco una venganza cuando venga el Señor al fin del mundo como sol verdadero. No intentes adelantarte ni ponerte por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto para engañar al hombre caído, porque el fulgor de su presencia te aniquilará.
2. ¡Cuánta más sensatez y sabiduría demostró ese otro lucero, Juan Bautista! Fue el precursor del Señor, pero no por propia presunción, ni como un ladrón o bandido, sino por autorización de Dios Padre. Así está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti. Y en un salmo leemos también: Preparé una lámpara para mi Ungido. Era una antorcha que ardía e iluminaba, y los judíos quisieron disfrutar una hora de su luz. Pero él se negó. ¿Por qué motivo? Pregúntaselo a él y que se aclare. El amigo del esposo, responde él, está siempre con él y se alegra mucho de oír su voz. Juan persevera: no una caña sacudida por el viento. Persevera porque es su amigo, y porque es un fuego que arde. Y por eso los Serafines están en pie. Sí, es un auténtico amigo del esposo, porque no siente celos de la gloria del que procede del trono; le prepara el camino, predica su amor gratuito, y sólo aspira a participar también él de su plenitud.
 Juan alumbra, y alumbra con tanta mayor claridad cuanto más arde. Y cuanto menos desea brillar tanto más verdadera es su luz. Es un auténtico lucero que no viene a suplantar al Sol de justicia, sino a proclamar su resplandor. Escuchémosle: Yo no soy el Mesías. Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle la correa de las sandalias. Yo os bautizo con agua, y él os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego. Este lucero quiere decirnos sin rodeos: ¿por qué os detenéis a contemplar mi resplandor? Yo no soy el sol. Vais a ver a otro que es incomparablemente mayor. Junto a él yo no soy luz, sino tinieblas. Yo, como lucero de la mañana, os regalo el rocío matinal. El os inundará con sus rayos de fuego, derretirá los hielos, secará los pantanos, calentará a los que están yertos, y será el vestido de los pobres. Las palabras del Precursor concuerdan con las del juez: el fuego que promete Juan, Cristo lo derrama: He venido a encender fuego en la tierra.
3. Puedes replicarme que tan esencial le es al fuego despedir llamas como resplandores. No te lo niego, aunque las llamas creo que le son mucho más esenciales. Escuchemos nuevamente del Señor cuál es la propiedad por excelencia del fuego: He venido a encender fuego en la tierra y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo. Ahí tienes su deseo. Tampoco ignoras que vivir es cumplir su voluntad, y que el empleado que conoce el deseo de su señor y no lo cumple recibirá muchos palos. ¿Por qué quieres brillar tan pronto? Todavía no ha llegado el momento en que los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre. Actualmente es muy peligrosa esa ansia de brillar. Es muchísimo más interesante arder. 
 Mas si te consume el deseo de iluminar y ser visto, preocúpate ante todo de arder, y ten por cierto que vivirás envuelto en la luz. En caso contrario pierdes el tiempo, pues brillar sin arder es pura ilusión. La luz que no nace del fuego es falsa y artificial. Y lo que no es tuyo propio no puedes retenerlo mucho tiempo. Además del bochorno que supone presumir de lo que no es tuyo. Dicen que la luna tiene luz sin tener fuego, y que la recibe prestada del sol. Por eso está siempre cambiando y muda continuamente de cara. Lo mismo ocurre entre los hombres: el necio cambia como la luna y el sabio se mantiene firme como el sol. El necio por excelencia fue aquel a quien por su esplendor perdió la sabiduría, es decir, se ofuscó con tanta luz. 
4. Cayó, pues, Lucifer como un rayo del cielo. En cambio, unos Serafines estaban de pie por encima de él. Sí, se mantenían en pie porque el amor no pasa nunca. Están atónitos y extáticos, contemplando al que está sentado en el trono; viven en una eterna inmutabilidad y en una inmutable eternidad. Tú, oh malvado, quisiste sentarte allí, y por eso diste un mal paso y resbalaron tus pisadas. El único digno de ocupar el trono es el Hijo, el Señor del universo, que todo lo juzga con inmensa moderación. Solamente la Trinidad puede sentarse, la única que posee la inmortalidad, y no tiene fases ni períodos de sombra. 
 También los Serafines perseveran inmutables, pero a otro nivel muy distinto del Señor. Están abiertos y absortos en aquel que no se cansan de contemplar. El que intentó sentarse quiso vivir satisfecho de sí mismo. Ahora sólo busca la maldad, y es lo único que tiene de su propia cosecha. Cuando dice la mentira le sale de dentro, porque es falso y padre de la mentira. Ten en cuenta que la mentira incluye también la maldad. Pero aunque se complace perversamente en el mal, jamás vivirá plenamente satisfecho. La única que está sentada es la inefable Trinidad, porque existe en sí misma y tiene la plenitud del ser. Su gozo es ella misma; no necesita de nadie y ella es su propia plenitud.
RESUMEN Y COMENTARIO
Serafín significa el que arde. Tenemos que elegir entre arder o lucir. No intentemos lucir sino quemarnos en el amor a Dios. No intentemos escalar al trono de Dios y suplantarle sino quemarnos en nuestras emociones.
 Juan el Bautista es un gran ejemplo del que se quema y, sin quererlo, luce con un extraordinario brillo. No quería suplantar a Cristo, sino preparar su llegada que es el auténtico fuego.
 No debemos intentar lucir y tampoco intentar quemarnos para lucir. El lucimiento debe ser una consecuencia natural no buscada. Forma parte de la falsa sabiduría. El fuego es real y fijo, el lucimiento buscado cambia, falsamente, de un momento a otro. Es sólo un lavado de cara, un aspecto reluciente para mostrar a los otros.
 Los Serafines contemplan a Dios absortos y en éxtasis. Están de pie y no pretenden ocupar su trono. Otros, en cambio, quisieran desplazarlo y sentarse donde solamente la Trinidad puede hacerlo. Estos viven en la maldad, que camina junto a la mentira. Vivir así, con esas ansias, nunca nos dejará satisfechos. 

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