EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

SERMÓN SEGUNDO NAVIDAD: Sobre las palabras del canto: ¡Oh Judá y Jerusalén!.

                                             Interior Basílica de la Natividad de Belén

SERMONES SOBRE LA NAVIDAD


SERMON SEGUNDO

Sobre las palabras del canto: ¡Oh Judá y Jerusalén!.

CAPÍTULO 1

¡Oh judá y Jerusalén, no temáis! Hablamos a los judíos auténticos, los que lo son según el espíritu y no según la letra. Hablamos a la descendencia de Abrahán. Su propagación, como se lee en la promesa, parece que se ha cumplido. La descendencia se refiere a los hijos en virtud de la promesa , no a los hijos naturales. Tampoco nos referimos a aquella Jerusalén que mata a los profetas. Pues ¿cómo la consolaríamos, si el Señor lloró por ella y quedó convertida en ruinas? Nos referimos a aquel que baja, nueva, desde el cielo. ;No temáis, oh Judá y jerusalén ! No temáis, verdaderos confesores, que confesáis al Señor con la boca, con toda vuestra persona y por doquier. Os revestís de la confesión como de un vestido. Todo vuestro interior confiesa al Señor y todos los huesos proclaman: Señor, ¿quién como tú? No se comportan como esos que hacen profesión de conocer a Dios y lo desmienten con su conducta. La auténtica confesión consiste en que todas vuestras obras, hermanos, sean también obras suyas y lo ensalcen. Pero se le debe ensalzar de dos maneras, como envueltos en un doble vestido, mediante la confesión de los pecados y la proclamación de las divinas alabanzas. Seréis verdaderos judíos si la totalidad de vuestra vida confiesa que sois pecadores; que merecéis castigos mayores; que Dios es la bondad por excelencia; que él os perdona los castigos eternos que os habíais merecido a cambio de estos insignificantes y pasajeros sufrimientos.
El que no desea con ganas la penitencia, parece decir con sus acciones que no tiene necesidad de penitencia. De este modo no confiesa su pecado o la penitencia no le sirve de nada. Y tampoco ensalza a bondad divina.
Pero vosotros sed auténticos Judíos, sed la nueva Jerusalén, y ya nada temeréis. Jerusalén es la visión de paz. Visión, no posesión. El Señor estableció la paz en sus fronteras. Y no precisamente en los aledaños ni en su mismo centro. Si no tenéis la paz, y nunca la podréis tener perfecta en esta vida, al menos vedla miradla, contempladla y deseadla. Clávense allí las miradas de vuestro corazón. Hacia la paz se orienten vuestras intenciones, para que en cualquier cosa que emprendáis os mueva el deseo de esta paz que supera todo sentido. Tened siempre este objetivo : vivir reconciliados y en paz con Dios.

CAPÍTULO 2

A todos éstos decimos : No temáis. A estos consolamos, no a quienes desconocen el camino de la paz. Y si se les dice: Mañana saldréis, les sonará a intimidación, nunca a consuelo. Unicamente desean morirse y estar con Cristo los que ven y conocen la paz. Si se derrumban sus albergues terrenos, saben que su construcción proviene de Dios. Los otros, en cambio, viven como unos insensatos y se complacen de su prisión. Cuando mueren estos tales, en vez de salir, debemos decir que entran. No emigran a la región de la luz y de la libertad; penetran en la cárcel, en las tinieblas, en el infierno.
A vosotros, en cambio, se os dice: No temáis, mañanA saldréis; ya no rondará el temor por vuestras fronteras. Tenéis enemigos numerosos: la carne, el enemigo más cercano; este mundo perverso, que os invade por todas partes; los señores de las tinieblas, que, situados en la altura, acosan vuestros caminos. Sin embargo, no temáis; saldréis mañana; esto es, muy pronto. El mañana es inminente; por eso, el santo Job dijo: Mañana se me hará Justicia. En otro lugar se nos habla también de tres días: Al cabo de dos días, nos dará la vida, y al tercero nos resucitará. El primer día está bajo el signo de Adán; el segundo, en Cristo, y el tercero, con Cristo. Por eso añade: Nos esforzaremos por conocer al Señor; y en el mismo lugar: Mañana saldréis, y el Señor estará con vosotros.
Este pasaje se aplica a quienes han cumplido la mitad de sus años y en quienes han muerto el día en que nacieron, el día de Adán, el día del pecado; día que también Jeremías maldecía con estas protestas: Maldito el día en que nací. Todos nacemos en ese día. Que parezca ese día en todos nosotros; día de niebla y de oscuridad, día de tinieblas y de descontento. Este día nos lo proporcionó Adán y nuestro enemigo, que nos insinuó: Se abrirán vuestros ojos.

 CAPÍTULO 3

Pero fijaos: Ha brillado entre vosotros el día nuevo de la redención, el de la renovación antigua y de la dicha eterna. Este es el día que hizo el Señor; festejémoslo y alegrémonos, porque mañana saldremos. ¿De dónde? Del calabozo de este siglo, de la prisión del cuerpo, de los grilletes de la necesidad, de la curiosidad, de la vanidad y del placer. De codo eso que encadena los pies de los afectos, en contra de nuestra voluntad. ¿Qué le dicen las cosas terrenas a nuestro espíritu? ¿Por qué no desea las realidades espirituales y no busca ni saborea lo espiritual? ¡Oh espíritu!, tú eres de arriba; ¿qué te importa lo de abajo? Buscad as cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Saboread lo de arriba, no lo de la tierra. Pero el cuerpo mortal es lastre del alma y la morada terrestre abruma la mente pensativa.
Las incontables necesidades de nuestro cuerpo nos paralizan. La viscosidad de nuestro deseo malo y del placer terreno nos impide volar. Y si por casualidad se eleva un poco, al punto se la tira por tierra. Pero no temáis; saldréis mañana del lago de miseria y del cieno hediondo. Y para sacarnos de ahí, él mismo se hundió también en el cieno profundo. No temáis; saldréis mañana del cuerpo de la muerte y de la corrupción del pecado. Actuad durante este día en Cristo. Y vivid como él mismo vivió. Pues quien dice estar en Cristo, debe proceder como él mismo procedió. No temáis, que mañana saldréis y estaréis siempre con el Señor. O como expresamente se dice: Y el Señor estará con vosotros. Entendamos que, mientras vivamos en el cuerpo, podemos estar con el Señor, esto es, adherirnos a su querer. Pero él no está con nosotros para consentir a nuestro deseo. Queremos ser ya libres. Anhelamos morir. Deseamos salir. Pera el Señor tiene todavía sus motivos para demorarse. Mañana saldréis, y el Señor estará con vosotros, y entonces él querrá cuanto nosotros queramos; no habrá discordia alguna entre su voluntad y la nuestra.

CAPÍTULO 4

Por eso, no temáis, Judá y Jerusalén, si todavía no podéis lograr la perfección que deseáis. Que la humildad de la confesión supla la imperfección de vuestra conducta. Los ojos de Dios ven vuestra imperfección. Por eso ordenó cumplir con sumo esmero sus mandamientos. De este modo, cuando sintamos el desfallecimiento de nuestra debilidad y la imposibilidad de cumplir lo debido, refugiémonos en la misericordia y exclamemos : Tu misericordia vale más que la vida. Y si no podemos comparecer con el vestido de a inocencia o de la justicia, presentémonos con el vestido de la confesión.
La confesión y la hermosura llegan hasta la presencia del Señor si, como ya se indicó, la boca y la persona exclaman con todas sus fuerzas: Señor, ¿quién como tú? Este grito brota de la contemplación de la paz y del deseo de reconciliación con Dios. A estos se les dice: ¡Oh Judá y Jerusalén, no temáis; saldréis mañana ! Y tan pronto como el alma salga del cuerpo, todos los afectos y deseos que actualmente se encuentran dispersos y cautivos en la superficie del mundo, saldrán de estas adherencias, y el Señor estará con vosotros.
Esto os parecerá una exageración si os fijáis en vosotros mismos y no en las cosas que os aguardan. ¿Acaso el universo entero no lo espera? La criatura está sometida a la vanidad. Al caer el hombre, al que el Señor había nombrado administrador de su casa y dueño de todas sus posesiones, toda su herencia quedó corrompida. Los vientos se desataron. La maldición cayó sobre la tierra en las obras de Adán, y todo quedó presa de la vanidad.

CAPÍTULO 5

No se restaurará la herencia mientras no se renueve el heredero. De aquí el testimonio del Apóstol. Todo sigue gimiendo con dolores de parto hasta añora. Están pendientes de nosotros el mundo, los ángeles y los hombres. Escuchad: Me aguardan los justos hasta gue me devuelvas tu favor. Los mártires reclamaron el día del juicio; y no tanto por deseos de venganza cuanto por anhelo de la perfección de su dicha que entonces se les daría. Pero recibieron esta divina respuesta: Aguantad un poro hasta que se complete el número de vuestros hermanos.
Es cierto que ya han recibido la vestidura blanca; pero no lucirán las dos túnicas hasta que no las luzcamos también nosotros. Como garantía tenemos rehenes a sus propios cuerpos, pues sin ellos y sin nuestra compañía no pueden lograr la plenitud de su gloria. De aquí que el Apóstol se exprese en estos términos hablando de los Patriarcas y de los Profetas: Dios preparó algo mejor para nosotros, y no quiso llevarlos a la meta sin nosotros. ¡Si sospecháramos cómo aguardan nuestra llegada! ¡Cuánto la desean y la buscan! ¡Con qué gusto reciben las buenas noticias sobre nosotros!

CAPÍTULO 6

Mas ¿por qué hablo de estos que aprendieron a ser compasivos a fuerza de sufrir? Los mismos ángeles desean nuestra compañía. ¿Es que se van a reconstruir las murallas de Jerusalén con estos gusanillos y este polvo? ¿Habéis pensado cuánto suspiran los ciudadanos del cielo restaurar las ruinas de su ciudad? ¿Cómo andan solícitos por recibir piedras vivas, que sirvan con ellos para la construcción? ¡Cómo se afanan entre Dios y nosotros, llevando con sumo cuidado a su presencia nuestros gemidos y devolviéndonos su gracia con enorme delicadeza! Imposible que se avergüencen de ser nuestros compañeros los que se han hecho nuestros servidores. ¿No son todos dispensadores del espíritu y enviados para ayudar a quienes han de lograr la herencia eterna? Aprisa, hermanos carísimos; aprisa, que nos espera toda la corte celestial. Hemos alegrado a los ángeles cuando nos hemos convertido a la penitencia. Avancemos, démonos prisa a colmarlos de alegría.
¡Pobre de ti si piensas revolcarte en el fango, volver al vómito! ¿Crees que en el día del juicio tendrás de tu parte a quienes quieres rehusar un gozo tan intenso como esperado? Se alegraron cuando hicimos profesión de penitencia como si nos hubiesen visto volver desde los umbrales mismos del infierno. ¿Qué impresión tendrían ahora si nos viesen alejarnos desde los umbrales del mismo cielo y volverles la espalda cuando estábamos ya con un pie en el paraíso? Nuestra vida transcurre en la tierra, pero el corazón está en los cielos.

CAPÍTULO 7

Corred, hermanos, corred. Ya no son sólo los ángeles, es el mismo creador de los ángeles quien os espera. El banquete de todas está preparado. Pero la casa no está llena. Todavía se deja tiempo para que se llene la sala del festín. El Padre os aguarda y os desea por el gran amor con que os amó. Precisamente el Hijo único que está al lado del Padre ya os lo había anunciado : El Padre os ama. Pero también os ama y os desea por su misma persona, como sc expresa en el Profeta: Lo hago por mí mismo, no por vosotros. ¿Podrá ya alguien dudar que no realizará aquella promesa hecha al Hijo : Pídemelo, y te daré en herencia las naciones. O aquella otra: Siéntate a mi derecha basta hacer de tus enemigos un estrado de tus pies. No quedarán destrozados todos sus enemigos mientras haya quien nos combata a nosotros, que somos sus miembros. No se realizará esta promesa hasta que no quede destruido el último enemigo, la muerte.
¿Y quién puede dudar cuánto desea el Hijo palpar el fruto de su nacimiento, de toda su vida terrena, el fruto de su cruz y de su muerte, el precio de su sangre preciosa? ¿No va a entregar a Dios y Padre el reino que conquistó? ¿No renovará a sus criaturas, si por el as el Padre le envió al mundo? Nos aguarda también el espíritu Santo, porque es el amor y la bondad en la que nos ha escogido desde siempre. Es el primero en querer que se cumpla su elección.

CAPÍTULO 8

Si ya está preparado el banquete de bodas y la innumerable corte celestial os desea y aguarda, corramos, pero no a la aventura. Corramos con los deseos y con la práctica de las virtudes. El que camina avanza. Diga cada cual: Mírame y ten piedad de mi según a norma de los que aman tu nombre. Yo no lo merezco; pero en virtud de lo que está estipulado: ten misericordia.
Digamos igualmente: Que se cumpla tu voluntad en los cielos. Y también : Hágase tu voluntad. Sabemos muy bien que está escrito: Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién acusará a lo elegidos de Dios? ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiero?
Mientras tanto, sea éste nuestro consuelo, queridos, hasta que partamos y el Señor esté con nosotros. Que su inagotable misericordia nos acompañe en esa dichosa salida hasta aquella clara mañana, y que en esta también cercana mañana condescienda en visitarnos y se quede con nosotros. El compasivo que vino a proclamar la liberación a los presos, libere mañana cualquiera que se sienta reprimido por la tentación. Y recibamos con alegría de salvación la corona de nuestro Rey Niño. Nos la da él mismo que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios por todos los siglos. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO:
Los auténticos judíos lo son de espíritu y no de carne. Esos verdaderos judíos tienen un doble vestido.
El primero es la confesión de los pecados (representado por Judá), considándose merecedores de mayores castigos y ven sus sufrimientos como mucho menores que aquellos.
El segundo (representado por Jerusalén) es la proclamación de las divinas alabanzas. Es la visión de la paz (diferente a la posesión) que nos hace desear morir y estar en Cristo. Al principio el hombre nace y está bajo el signo de Adán. Ese es el primer día. En el segundo día estamos "en Cristo" y en el tercero "con Cristo".
Con ese doble vestido no tenemos miedo a la muerte pues sabemos que el cuerpo mortal es lastre del alma y anhelamos morir. La criatura está sometida a la vanidad y a los placeres.
No tengamos miedo si nos basamos en Judá y Jerusalén y pensamos en EL COMPASIVO que vino a proclamar la liberación de los presos.

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